martes, 6 de octubre de 2009

Palmera Suaretti

Extracto de la novela ¡Espérame en Siberia, vida mía! de Enrique Jardiel Poncela:

"Palmera Suaretti —en la cédula Palmira Suárez— era lo que la gente llama "una mujer distinguida"; es decir: una de esas mujeres que uno distingue muy de tarde en tarde.
Se merecía —sobre otros— tres adjetivos: hermosa, vanidosa y elegante.
Disfrutaba de la hermosura de una hermosísima mujer; tenía la elegancia de una elegantísima dama y poseía esa extraordinaria vanidad que sólo se les tolera a las primeras "VEDETTES" mientras son jóvenes y a los jefes de estación durante el verano.
La belleza de Palmera era una belleza pensativa: como la de los lirios. Lo cual no quiere decir que ella acostumbrase a pensar, pues tampoco los lirios acostumbran a pensar y, sin embargo, su belleza es pensativa.
Tenía la nariz recta; la boca de labios rojos, redondos y abultados, como una gota de lacre; dos ojos verdes, en cuyas claras pupilas centelleaban unas chispas áureas. Y al contemplarlos tan verdes y tan húmedos, con sus chispas áureas allá en el fondo, no parecía sino que eran un arroyo limpio en cuyo lecho hubieran encallado dos pepitas de oro venidas de lo alto de las montañas.

ACLARACIÓN INELUDIBLE
Dispensen ustedes, pero cuando se trata de hacer la descripción de una mujer linda no hay más remedio que decir las tonterías, propias de los novelistas consagrados, siquiera sea frotándolas enérgicamente con la lija de la inteligencia.

En fin...
Para acabar con ellos dándoles la importancia que realmente tenían, es preciso reproducir aquí los ojos de Palmera.


Eran así, poco más o menos:
solo que, claro, en colores.

Por aquellos días Palmera Suaretti había cumplido los treinta años, pero no los representaba; no los representaba en la calle, ni los representaba en el escenario, lo cual era lo más notable, porque allí solía representarlo todo.
Pesaba setenta y dos kilos y nadie se lo hubiera supuesto.
Parecía mucho más delgada y mucho más joven.
Era una mujer que "engañaba".
(Como tantísimas mujeres.)
A este no representar su edad contribuía seguramente la esbeltez exquisita de sus líneas. Porque su cuerpo era esbelto como un acueducto romano y cuando —al bañarse— el agua corría en alegre libertad por aquel cuerpo, su parecido con un acueducto resultaba indiscutible...
Sonreía Palmera con la gracia de los ángeles que pintó Jones y con la picardía de los prestamistas a que recurrió Zorrilla; andaba de ese modo ondulante, privativo del tigre —y del gato, su hijo político—, y los movimientos que ejecutaba a diario, rápidos, imprevistos y calculados, recordaban los movimientos de la Bolsa. Finalmente: cantaba y bailaba tan putrefactamente mal como otra cualquiera "VEDETTE".
(...)En cuanto a la inteligencia de Palmera Suaretti... Su inteligencia...
Pero bueno, ¿para qué hablar de cosas irreales, verdad?"